Caballos de la aurora

por César Carlos Bustos

Todo esto era un mar de cabezas de caballo...

Félix de Azara. (1746-1811)

 

Cada día nacían los caballos azules,

la llanura era virgen, la luz pura y osada.

Intocables y briosos, deslumbrantes, altivos

yo albergué sus perfiles muy adentro del alma.

 

Yo les vi por los llanos, piafantes, trotadores,

como ángeles sin nombre los caballos del viento.

Con la crin aureolada de pámpanos silvestres,

sus cascos se posaban como un tambor de fuego.

 

Cada día naciendo, agrestes, constelados,

allí estaban sin bridas, entrechocando suaves

sus flancos armoniosos, su joven albedrío.

¡Raudales remontando las planicies audaces!

 

 

Recónditos y alzados sobre la tierra virgen.

¿Qué prodigio les guiaba, qué mano les reunía

para el sol solamente y el ámbito heredado

de celestiales pájaros que el alba les tendía?

 

Ah, yo les vi así, distantes, repentinos,

hijos de la distancia, liberados tan llenos

de una alada impaciencia, dichosos de la luz,

zainos madrugadores, redomones en celo.

 

Como un mar de trofeos ondulantes y bellos,

movían sus ijares en el viento desnudo.

Solitarios y libres contra el día dorado

hacia hondos confines sin brújulas ni rumbo.

 

La llanura era virgen, la luz pura y osada,

la tierra les hendía sus entrañas de lumbre.

Dichosos en la luz, undosos, desmandados,

allí estaban enteros los caballos azules.

 

El llano sin mojones les rindió sus ardores

los tréboles silvestres, los cardos encendidos.

Como huestes insomnes bajo el cielo del alba

erraban para el viento, distantes, repentinos.

 

Criaturas del día bajo un sol irisado,

los llamaba el rocío, los cardos, el relente.

La lluvia le azotaba las grupas ardorosas.

El pampero mecía sus contornos agrestes.

 

De un lado para el otro sobre la pampa inmensa,

naciendo cada día para austral aventura.

Centauros del origen con un halo de magia,

sin nombres ni atalayas, sin crueles ataduras.

 

Yo les vi por los llanos, baguales trotadores,

su presencia era virgen, la luz pura, ardorosa.

Intocables y briosos, deslumbrantes, altivos,

y adoré sus perfiles. ¡Caballos de la aurora!

 

 

César Carlos Bustos